Te odio.

2010


- ¡Ojalá! Eso, ¡ojalá!
- La gente espera que este año que empieza sea mejor que el anterior.
- Apostaría que por su parte, este año que empieza espera que lo que sea mejor sea la gente.

:)


Estaba harta de que cada vez que entrara al blog se me hiciese un nudo en la garganta al ver una entrada que me trae demasiados recuerdos. Asi que, a partir de ahora, una sonrisa será lo primero que me encuentre cada vez que pase por aqui.
:)

Instrucciones para no echar de menos


A veces, no hay dolor más fuerte que el no causado, el no sentido y el no vivido. Entonces, es cuando uno se da cuenta de que lo que hace daño no es el sufrimiento, sino el vacío. El hueco de las conversaciones nunca habladas cuando sin esperarlo te viene a la memoria un recuerdo. El espacio sin rellenar de ese beso no dado, que estás seguro que sabe a menta o a fresa o a mango, con una cantidad de saliva justa y respiración acompasada.

A veces es un hueco de abrazo el que se siente. Notas como un regazo vacío te rodea. Algo que debería estar y no está, y que duele. Un desarrebujo del alma.

Comienzas a pensar y te das cuenta de que eres puro hueco, agujero negro en estado puro. Un queso gruyere de sentimientos, caricias, dedos, susurros, sueños, vivencias, risas. Y por cada espacio se derrama un dolor o se te clava una aguja..., y duele. Es por esto que, aún a sabiendas de lo imperfecta de mi aspiración, voy a intentar escribirme/te unas instrucciones a seguir para, al menos intentar, no echar tanto de menos:

1.- Queda terminantemente prohibido escuchar canciones de amor o con letras mínimamente sensibles. Aunque, ¿realmente, eso importa? Estoy segura de que si escuchara una canción cuyo tema principal es que al protagonista le parta un rayo, imaginaría su preciosa cabeza, tan llena de ideas, tan sonriente, tan, tan, tan suya..., encantadoramente partida. Conclusión: queda terminantemente prohibido cualquier tipo de música.

2.- No leer nada que te recuerde a la persona en cuestión. Por supuesto, ni se te ocurra ojear algo de lo que tu cariño te ha escrito en un arranque de amor. Olvida también a Neruda y demás canciones desesperadas..., pero no creas que así vas a conseguir estar totalmente a salvo, no..., sigue alerta. El subconsciente es muy sagaz, buscará la manera de llevarte a algo que en algún momento te comentó..., quizá la reproducción de la araña gigante senegalesa o cómo superar las alergias a los gatos de angora..., no bajes la guardia. Creo, pues, que ante esta disyuntiva, lo mejor para eso es, directamente, no leer.

3.- Cuando vayas a preparar comida o a encargarla en un restaurante, recuerda no pedir nada que hayáis comido juntos en alguna ocasión, o de lo que él / ella te ha comentado que le gusta especialmente. También es importante, aunque te parezca una tontería, que no pidas nada que deteste, pues en este caso, al introducir en la boca el alimento en cuestión, un sentimiento de ternura inherente al rechazo de ese plato por tu niño/a te impregnará, haciéndote sentir de la misma manera, y consiguiendo llegar así a una de las peores situaciones: sentirte completamente identificado.

No obstante, algo tengo que decir en defensa de esto último, y es que si eso pasa cuando, por simpatía, te entran náuseas al probar las almejas a la marinera, imagínate lo que puede suceder si, por el contrario, te da por pedir su postre favorito: ensalada de mango, con su plátano y su mandarina hecha gajitos y bien regada de azúcar y limón. Si llegado a este punto, decides no hacerme caso, deberás atenerte a las consecuencias... La primera cucharada te hará sonreír recordando con melancolía el sabor de sus mejores besos, la segunda, te traerá a la memoria que hace mucho que no los pruebas, la tercera..., en la tercera te temblará el labio. En la cuarta, soltarás la cuchara con rabia y beberás agua, para disimular. Respirarás hondo. Al fin y al cabo estás en un restaurante ¿Qué pensarían de ti si supieran que empiezas a hacer pucheros por culpa de una macedonia? Así que coges aire y lo sueltas por la nariz, cerrando los ojos. Suspiras. Acaricias la cuchara. Te recuerda su piel. Miras y continuando con el devenir del cubierto, vas a parar al zumo y a la fruta jugosa. Entonces es cuando no te das cuenta. De repente, en el jugo comienzan a aparecer ondas concéntricas. Primero una, solitaria, luego aparecen más, nuevas. Son gotas de lluvia que vienen de tu cabeza.

Te lo advertí. Su sabor es una de las cosas a evitar. El tercero de los mandamientos para no echar de menos.

4.- Intenta olvidarte del sexo. Puedes conseguirlo. Piensa que esa zona de tu cuerpo se ha evaporado, flota en el limbo, como un nonato. ¿Sonríes? Sí, es cierto, quizá sea una propuesta un poco ilusa, sí, ahora que lo dices, yo también me estoy riendo..., pero ¿qué solución encontrar entonces? Si las ganas te arrebatan y no está, nada sirve. Mata las ganas, pues..., pero, ¿cómo? A ver, se me ocurre a bote pronto que lo que est
á
claro es que hay ciertos elementos indispensables a evitar: voz, imagen y olor. En el caso de ponerte en contacto con alguno de estos elementos, ten por seguro que sí, sucumbirás. Y no hay peor hambre que la del hambriento de ausencias, ni peor sed, que la del sediento de hambre. Advertido estás...

5.- Como quinta y última instrucción, se me ocurre que olvides su boca. Bórrala de las fotos, de tu mente, de su distancia. Esa boca que besa, la que habla y ronronea. La perfecta e imperfecta, la acoplable, la bebible, la mimética. La que muerde, la que araña, la que pega, la que te mata de dulce, la que te traga vida pero calma las sedes. Esa que regala tormenta y calla cuando está como ausente.

Y llegados a este punto, sólo me queda decir, que si me leo y releo pienso que para no echar de menos debo dejar de oír música, no leer, evitar casi el comer, olvidar el sexo y, sobre todo, tu boca. Creo que la única manera de no echar de menos, pues, es no queriendo o muriendo. Y vamos a ver..., ¿quién puñetas quiere eso?


Ángela Torrijo. Relato encontrado aquí.

Toco tu boca

Toco tu boca. Con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar. Hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mi para dibujarla con mi mano en tu cara y que, por un azar que no busco comprender, coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras. De cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua.

Capítulo número 7 de "Rayuela". Julio Cortázar.

Fin de la primera parte

Llegó el día. Despertó con una extraña sensación, tal vez causada por el tequila de la noche anterior, o quizá porque sabía lo que ese día significaba para ella. Tras varios minutos remoloneando entre las sábanas, recordando fragmentos ocurridos pocas horas antes, se puso en pie. Miró a su alrededor y pensó que era hora de empezar a hacer la maleta o sino perdería el autobús.

No había sido un año fácil. Diez meses atrás había decidido buscar aires nuevos, dar un cambio a su vida, y en el fondo sabía porqué había elegido esa ciudad como su nuevo hogar aunque a veces intentara olvidarlo. Bajó la maleta de lo alto del armario y la puso encima de la cama. Abrió ambas puertas del armario y no pudo evitar soltar un suspiro. ¡Imposible meter todo esto en la maleta! Poco a poco fue sacando la ropa y colocándola encima de la cama, esa cama con la que al principio había tenido una relación de amor-odio pero a la que, al final, le había cogido cierto aprecio. Entre calcetines y camisetas recordó momentos vividos dentro de esas cuatro paredes; en esa habitación había reído, llorado, se había ilusionado y desilusionado, había compartido, se había encorajinado y, sobre todo, había reflexionado y aprendido a tomarse las cosas de diferente manera. Habían sido diez meses muy intensos, y todo a su alrededor le traía montones de recuerdos, era inevitable. Una chaqueta de punto, un vaquero... Fue una buena idea cambiar los muebles de sitio, después de todo, la distribución inicial dejaba bastante espacio sin aprovechar, pensó. Se dirigió al bolso y sacó de él un pintalabios de color carmín que había utilizado la noche anterior. De repente, se acordó de la primera noche en la ciudad. Aquella noche de Septiembre bañada por una tormenta de verano en la que la lluvia en el pelo, los iris dilatados a causa del mal vino y el carmín en los labios hicieron inmediato lo que hasta entonces era previsible. Pero aquello ya quedaba muy lejos... Tras un rato vacilando si meter o no la cazadora, dio por finalizado el equipaje.

Todavía quedaban muchas cosas por recoger pero eso lo dejaba para la mudanza. Se iba para volver, sí, pero al fin y al cabo el regreso iba a ser fugaz, quizá un día o dos repletos de cajas de cartón, bolsas y papeleo del nuevo piso. Además para Septiembre aún quedaban varios meses, aunque esa segunda parte tenía que ser diferente, se lo había prometido.

Mientras cerraba la maleta no pudo evitar emocionarse. Se despidió de sus compañeras de piso y puso rumbo a la estación. De camino, sentada en el bus urbano con la mirada fija en el exterior, recorrió media ciudad y viajó meses atrás. La esquina de los encuentros; la plaza en la que había sentido cómo los dedos de los pies y de las manos se le congelaban mientras intentaba convencer a un repeinado cincuentón que parecía tenerlo todo en la vida de que ayudara a los más necesitados; lo contenta que llegó a casa aquella tarde de lunes de Enero, calada hasta las rodillas a causa de la nieve que había caído, pero con un regalo inesperado que le habían comprado en esa tienda que ahora permanecía cerrada; las risas en la terraza, tomando cañas, y viendo pasar a desconocidos; el rincón en el que se besaron por última vez; la iglesia que le había enamorado a primera vista nada más llegar a la ciudad... Los ojos se le envidriaron y sonrió.

El balance era positivo. Diez meses duros, pero con muchos buenos recuerdos también. Se quejaba, pero en el fondo sabía que era esa manía de buscar continuamente cosas nuevas lo que le mantenía despierta. Llegó a la estación, se subió al autobús y sintió que la primera etapa de esa carrera que comenzó en Septiembre había llegado a su fin.

Había dado siempre todo de sí misma y había sabido enfrentarse a los problemas lo mejor que había podido, intentando aprender continuamente de sus errores, lo que le hizo sentirse bien. Un tiempo bien aprovechado, pensó. Conectó su mp3 y se abandonó al baile de melodías. Aún le quedaban cuatro largas horas de viaje.


Carita de pena

Quien no arriesga, no gana. Es cierto que muchas veces perdemos, pero lo importante es aprender de los errores cometidos y seguir hacia adelante intentando no tropezar con la misma piedra. Es, de alguna manera, una forma de ganar, de sumar puntos de experiencia, que dirían los frikis.

Hubo un tiempo en el que no arriesgaba. Por suerte, he cambiado de parecer. He arriesgado, en ocasiones con pies de plomo, otras de una manera totalmente visceral. Me podré arrepentir de muchas cosas, pero nunca me arrepentiré de no haber hecho algo que sentía o me apetecía hacer por miedo a. He perdido, muchas veces. He ganado, menos, pero no me he quedado con la duda de "¿qué hubiera pasado si...?"

Es, en parte, lo que viene a decir esta canción de Carlos Chaouen. Muchos sabéis de mi adoración por él; alguno lo comparte, otros lo critican, pero para mi es uno de los grandes.

Hoy, actualización musical :)



Carlos Chaouen - Carita de pena

He tratado de ser justo con quien me tiende miradas,
he invertido en la balanza del desprecio y del dolor,
han puesto precio a los enigmas que te cuento tras
las barras para defender el sol.

He paseado en horas muertas por las calles de tus
caderas sin que me viera el amor.
Todos los caminos llevan a Roma pero pasan por tu casa.
Todos los colores suenan a broma pero no me da la gana

de ser el que pierde la cabeza,
de dormir en portales de madera,
de hacer caso al deseo imposible de tener mi cuerpo
en tu cielo y los pies en la tierra.

Prefiero un beso de muerte o una mirada en la vena,
a un estado de cuerpo presente y carita de pena.

Tengo huellas en los ojos de algún país vecino,
me he inventado una noria por quitarme gravedad,
he matado algunas moscas para sentirme asesino,
no por ganas de matar.
He arrancado de dos flores dos pistilos que sin nombre
han querido cohabitar.

Todos los caminos llevan a Roma pero pasan por tu boca.
Las medias naranjas tienen su historia pero no se exprimen solas.
En la génesis de la tristeza no hay corazón ni condena,
que si estás me vale cualquiera y sino me fumo
cual Cristo una cruz de madera.

Prefiero un beso de muerte o una mirada en la vena,
a un estado de cuerpo presente y carita de pena.






¡ Aluciflipante !



Según la RAE:


madurez.
(De maduro).
1. f. Sazón de los frutos.
2. f. Buen juicio o prudencia, sensatez.
3. f. Edad de la persona que ha alcanzado su plenitud vital y aún no ha llegado a la vejez.



Visto que con otros métodos no funciona, voy a empezar a llevar de éstos en el bolso. Parece mentira que a estas alturas sea necesario evidenciar ciertas actitudes con caramelos...

La satisfacción de hacer las cosas bien.

O por lo menos de intentarlo.

El bien y el mal es algo totalmente subjetivo, dentro de unos límites. Violar, matar y quemar a una persona está mal, en cambio ayudar a una ancianita que se ha caído por la calle está bien. Pero, ¿quién decide lo que es correcto y lo que no? Lo que para mi está bien para otra persona puede resultar intolerable. En cualquier caso, mi intención hoy no es entrar en debates sobre lo que está bien y lo que está mal.

Hoy quería hablar de la capacidad que tienen las personas para actuar a tiempo y en consecuencia. De la racionalidad del ser humano para pensar, evaluar y actuar en base a ciertos principios.

En nuestra vida, tenemos una serie de expectativas de acuerdo con el entorno y las circunstancias que nos tocan vivir. Estas expectativas pueden estar enfocadas hacia una persona o hacia un hecho, y no hay que olvidar que son suposiciones sobre el futuro, más o menos realistas, que nosotros mismos nos creamos. La racionalidad del ser humano también depende de la educación recibida, la cual nos limita el escenario de posibilidades a las cuales acudir como parte de las soluciones. Por tanto, cuando la educación falla, actuamos de manera irracional, o siendo más sutiles, de manera poco racional.

Además, muchas veces las personas nos dejamos llevar por nuestros impulsos sin detenernos varios segundos a pensar. ¿Qué ocurre cuando falla la educación y, además, no dedicamos ese tiempo necesario para analizar la situación y así poder actuar en consecuencia?

Pensar, evaluar y actuar. He ahí la cuestión. O el Zen, que dirían algunos.

Es necesario detenerse a pensar, evaluar el cúmulo de sucesos que han originado esa situación, los pros y los contras, lo que suma y lo que resta, y así, poder tomar la decisión correcta. Correcta en base a nuestras creencias y principios. Tal vez esa decisión no sea, a primera vista, lo que esperábamos oír de la otra persona, pero con el paso del tiempo tendremos en cuenta ese momento de reflexión, y el dolor si es que lo hubo, será más fácil de apaciguar.

Al fin y al cabo se trata de pararse a pensar para evitar herir, para evitar situaciones incómodas, para evitar defraudar. Teniendo en cuenta que las expectativas nos las creamos nosotros mismos y que, como he dicho, son más o menos realistas, es probable que nos decepcionen, ya no sólo los hechos sino también las personas. Y no porque mis expectativas estén muy por encima de la realidad, sino por la carencia de ética de quien actúa. Puede ser que lo que a mi me parece algo correcto para la otra persona no lo sea, pero fundamentalmente, nos tenemos que guiar por unos principios éticos. No se trata de quedar bien, se trata de no hacer daño. Y de actuar a tiempo.

Todos nos equivocamos alguna vez y creo que todo el mundo se merece una segunda oportunidad, hasta que te demuestran que las segundas oportunidades sólo le sirven a aquel que sabe pararse a pensar, a reflexionar, a evaluar y a actuar en consecuencia. Ya me lo ha dicho Facebook en uno de sus tests llamado "¿Qué frase de canción te define?": "Las segundas oportunidades nunca importaron, las personas nunca cambian." (En otro momento hablaré de 'Cómo ir a la biblioteca con intención de estudiar y acabar metida en Facebook haciendo tests y pensando en la lista de la compra. Parte II') ¡Oh sabio Facebook! Voy a tener que empezar a hacer un poco más de caso a tus tests!

Como dice mi amigo Gonzalo, "soy fan de Los Planetas porque son los culpables de que mi vida no esté arruinada" , lo cual califico de demasiado trágico :P. Y yo de Bunbury, Gon, aunque existen métodos más efectivos que refugiarse en la música.
Por el momento, he adquirido un fumigador último modelo con posibilidad de chorro a presión y pulverizador. ¡Que nadie estropee mi jardín repleto de flores y margaritas! ¡Se acabaron las malas hierbas y los gusanos infectos que pudren manzanas! Lo he utilizado ya un par de veces, y he de decir que desde entonces soy mucho más feliz.



:)

Adicción

A menudo todos pensamos que queremos conocer la verdad, por mucho que duela. Pero en realidad, ¿eso es cierto?

Algunas veces, lo que empieza como algo normal en tu vida se convierte en una adicción. Al principio te sientes bien, te provoca euforia, lo utilizas como medio para olvidarte de lo malo hasta que llega un momento en el que dejas de controlarlo y se transforma en tu principal problema. La euforia se convierte en dolor, en obsesión. Y los extremos nunca fueron buenos. ¿Es necesario tocar fondo para poder superar una adicción? ¿Cómo sabemos que hemos tocado fondo, si cada vez que sentimos el filo atravesándonos la piel, cerramos los ojos y esperamos a que se calme el dolor y cicatrice la herida? ¿Por qué no, en cambio, lo utilizamos como medio para ser conscientes de que tenemos un problema e intentamos superarlo? Eso es lo más difícil: estar convencidos de que queremos superar una adicción, reconocer que necesitamos nuestra dosis diaria para salir adelante y querer dejar de ser dependientes.

La verdad es incómoda y dura, en el fondo no queremos conocerla porque sabemos que nos va a afectar. Preferimos cerrar los ojos. De esta forma no tenemos que enfrentarnos al dolor, a la decepción, a la rabia, al sufrimiento, a la ira, a la traición. Preferimos cerrar los ojos y actuar como si nada hubiese pasado. Tendemos a engañarnos a nosotros mismos. Así es mucho más fácil. ¿Cobardía? ¿Debilidad? ¿Comodidad? ¿Conformismo? ¿Falta de iniciativa? ¿Dependencia? Puede ser. Y no son autoexcluyentes.

Tristemente, en esta vida todo tiene un precio y antes de decidir contra qué queremos luchar, tenemos que pensar qué estamos dispuestos a perder.


Desarreglos


-¿Sabe? Después de todos estos años, el único personaje que aún me cuesta perfilar es la muchacha con el vaso de agua. Está en el centro y sin embargo está como ausente.
-Quizá sea diferente a los demás.
-¿Eh? y ¿por qué?
-No lo sé... Quizá cuando era niña no jugaba con los demás niños de su edad. Puede que nunca jugara. Creo que está distraída porque está pensando en alguien.
-¿Te refieres a alguien del cuadro?
-No, quizá un chico con quien ella se cruzó y le dio la impresión de que los dos se parecían.
-Ah, osea que ella prefiere imaginarse una relación con alguien ausente que tener una con los que están a su lado.
-No sé... Quizá sea lo contrario y ella se desvive por arreglar la vida de los demás.
-¿Y de ella? De todos los desarreglos de su vida, ¿quién se ocupará?
-En mi opinión es mejor dedicarse a los demás que a un gnomo de jardín.

Diálogo extraído de la película "Amélie".


Arriba


Ocurre que, a cada paso que doy, me siento muy por encima de todos esos ojos que me miran.
Y el caso es que no puedo dejar de reirme. A carcajada limpia.

Salitre



El otro día, paseando por la playa en buena compañía, recordé uno de tantos veranos que pasé en casa de mi abuela en Santander cuando era niña. Todas las mañanas bajábamos mi madre, mi hermano y yo al muelle, donde cogíamos la lancha que nos llevaba hasta el otro lado de la bahía a una playa más tranquila y paradisíaca. Nos encantaba sentarnos en la proa con los pies colgando y dejar que el agua nos salpicase, mientras mi madre nos reprendía que no saliésemos tan afuera. Una vez en la playa extendíamos todos nuestros bártulos, nos echábamos crema y... ¡al agua!

Cuando eres niño no hay mejor regalo en verano que tirarte todo el día entre castillos de arena, helados y chapuzones. Al acabar la jornada, cuando era la hora de regresar a casa, nuestra piel estaba blanca debido al salitre del agua de mar.

Y así, todos los días de todos los veranos hace ya unos cuantos años.

Por eso he elegido Salitre en la piel como título para el blog.

Porque con el paso del tiempo te das cuenta de que los pequeños detalles son los mejores recuerdos.

Reiniciando

Llega un momento en la vida de toda persona en el que es vital un cambio. Cuando todo te cansa es necesario buscar algo que te anime a seguir hacia adelante, cualquier tipo de motivación, aires nuevos y frescos que te golpeen en la cara. Mi momento llegó hace ahora siete meses.

Acabé la carrera con pocas espectativas de trabajar en lo mío en la que entonces era, y sigue siendo, mi segunda ciudad. La primera la abandoné cuando empecé la universidad. No me convencía seguir allí otro par de años haciendo quéséelqué, estaba un poco hastiada de todo en general y tampoco había encontrado lo que esperaba encontrar, por lo que decidí mudarme a tierras más frías y menos húmedas que las del norte.

Una vez allí/aquí las cosas marchaban sobre ruedas. Unas compañeras de piso inmejorables, un trabajo que apareció justo a tiempo y que me aporta(ba) muchísimo, otra carrera, un nuevo ambiente... Pero cuando crees que todo va bien, la vida, tan caprichosa ella, decide ponernos pruebas que debemos superar con más o menos dificultad y con mucho esfuerzo. De repente, antiguos fantasmas del pasado que creía olvidados reaparecieron, juntándose a su vez con problemas actuales y situaciones totalmente inesperadas de mi "nueva vida". Si a todo ésto, además, le sumamos el hecho de que una nunca estuvo segura de saber si estaba haciendo lo correcto yéndose a vivir a otra ciudad... pues apaga y vámonos.

¿Cuál es el resultado de tal combinación? Unos problemas se entremezclan con otros, generando nuevos problemas que afectan en el día a día, y que derivan en un estado de total confusión, el cual comienza a empañar lo que hasta entonces estaba claro, originando a su vez una nueva situación que me instiga a hacer las cosas mal. ¡Qué batiburrillo!
Empiezas a darle importancia a lo que carece de ello, dejando de lado las cosas importantes y empeorando la situación de una manera asombrosa.

En ese momento te bloqueas, y es cuando tienes dos opciones:
  • Opción A. Seguir como hasta entonces y acabar teniendo un trastorno psicóticoobsesivoesquizofrénicocompulsivo.
  • Opción B. Reiniciar el equipo.


Hay veces que las cuentas no nos salen, y por mucho que nos empeñemos en encontrar el error, no lo hallamos. Lo mejor en estos casos es tirar de goma de borrar y empezar de nuevo.

Lógicamente, he elegido la segunda opción. Borrón y cuenta nueva.

Una vez, hace siete meses, decidí iniciar una aventura a cientos de kilómetros de mi casa, la cual me ha traído muchas cosas buenas y bonitas que, quizás, no he sabido apreciar ni aprovechar del todo.

Ahora, cargada con la goma ya desgastada y el lápiz bien afilado, me toca reiniciar dicha aventura de una forma más receptiva y con un mayor grado de serenidad y optimismo. ¡Que todavía quedan muchas páginas por escribir!

"Te acariciaba el viento de poniente, te llevó a la arena bañada en salitre..."